Cultivaste una flor en tu jardín.
Y con todo el cuidado de hortelana
lograste que sus pétalos al fin
abrieran a la luz de una mañana.
En los atardeceres de embeleso
aquella flor repleta de fragancia
la regaste amorosa con tu beso...
sólo al principio con sutil constancia.
Mas te fuiste a cuidar otros jardines
donde quizás tuvieras muchas rosas,
pensando en los comienzos, no en los fines,
o creyendo en las Hadas milagrosas.
Y al dejar esa flor abandonada
por darles a las otras tus cuidados,
se fue muriendo, convirtiendo en nada,
seco el tallo, sus pétalos doblados.
Pero por esas cosas del destino
que a veces nos parecen disparate,
apareció como astro vespertino
una mano de luz a su rescate.
La cambió de jardín dándole riego,
de amores la llenó y agradecida
aquella flor agónica muy luego
recobró sus colores y la vida.
Y en medio de la brisa mañanera
sus pétalos abiertos parecían
suplicarle a su nueva jardinera
como polluelos que a su madre pían:
No me tires también al abandono
como antes ya lo estuve en el desierto,
necesito tus riegos y tu abono,
como requiere un fruto de su huerto.
Fue como el Lázaro que de su fosa,
con levántate y anda que le vino,
volvió a la vida en forma milagrosa
para seguir andando su camino.
Desconozco el autor de este poema
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